Crónicas Mundanas

Crónicas de viajes, viajes no sólo geográficos, sino emocionales, sentimentales intelectuales y mentales.

25/06/2006

Rayos X o perdimos la dignidad

Incluso llegué al aeropuerto El Dorado con algunos minutos más de las tres horas de anticipación que sugería la línea aérea para sus vuelos internacionales. Había decidido viajar por Iberia por la recomendación de un amigo, viajero frecuente a Europa, quien me aseguró que los vuelos de la aerolínea española solían tener menos inconvenientes que los de la colombiana. Pero parece que su consejo había perdido total vigencia, pues no recuerdo mayor complicación, en mi no poca extensa historia de viajes, que la que tuve en aquel nefasto preámbulo de vuelo.

Lo primero que noté fue que ya se había formado una fila de por lo menos cincuenta personas frente al counter de Iberia y que había varios policías del grupo aeroportuario recorriéndola. No obstante, me tomé unos cinco minutos más antes de hacer la fila para hacer sellar mi equipaje, siguiendo el consejo de otro amigo, quien me había asegurado que maletas selladas no eran revisadas. De nuevo, resultó ser una sugerencia inservible, pues tardíamente noté que eran precisamente las maletas selladas las que estaban haciendo abrir con prioridad. No sé si es que esos consejos los siguen en forma oportunista la gente con malas intenciones o qué, pero parece que pronto se vuelven el objeto de observación de quienes controlan los vuelos de mayor riesgo. En todo caso, la conclusión inicial es que en esto del control al narcotráfico las cosas suelen cambiar de una manera tan impredecible que cualquier previsión resulta siempre inútil.

Después de haber presentado mi pasaporte y de haber pagado mis impuestos de salida, ingresé a otra fila en la que un agente de la policía hacía entrevistas del todo improvisadas a cada uno de los pasajeros. La verdad, yo estaba no sólo tranquilo, sino muy seguro, pues el objeto de mi viaje era la asistencia a un Congreso Internacional y tenía todos mis papeles y soportes en regla. Y más seguro me sentía en la medida en que podía escuchar las preguntas y las respuestas de mis antecesores, algunos de ellos con pinta de todo menos de turistas o de hombres de negocios. Algunas historias incluso me sonaban forzadas. ¿Quién se comía el cuento de que la mujer de un amigo requería asistencia de no sé qué tipo y que era esa la razón para viajar? ¿Qué era eso de que el motivo del viaje era la compra de instrumento musical cuya existencia o costo eran imposibles en Colombia? En mi mente empecé a anticipar las preguntas y mis posibles respuestas. A unos pasos, mi padre y mi mujer, quienes habían ido a acompañarme, me hacían gestos de solidaridad y de resignación, gestos que a decir verdad me lucieron un poco exagerados.

El policía que hacía el interrogatorio era un tipo alto y delgado de no más de treinta años y aunque parecía seguro y hasta prepotente resultó ser, a todas luces, un inculto de talla mayor. Lo primero que se le ocurrió al examinar mi pasaje fue preguntarme por qué viajaba a Madrid y luego a Santiago de Chile para volver a Madrid, cuestión que nunca imaginé que fuera posible interpretar de mi tiquete de avión. Mi respuesta estuvo acompañada de una ruidosa aunque inevitable carcajada, resultado de mi inspirada comprensión de la ignorancia geográfica de quien estaba encargado dizque de indagar las razones de viajes internacionales. Pero esa risa espontánea fue el principio de mi perdición. Al intentar explicarle que viajaba a Santiago de Compostella y no a Santiago de Chile y que ese Santiago era español, el policía simplemente evadió mis aclaraciones y comenzó a preguntarme sobre mi trabajo y mis razones de viaje. Ante la contundencia de mis respuestas, todas ellas perfectamente documentadas, el policía se dedicó a examinar mi pasaporte, atiborrado ya de visas y registros de viajes a la misma España, a México e incluso a los Estados Unidos, ante lo cual hizo otro par de torpes preguntas que yo contesté con toda claridad. Al final preguntó por mi equipaje y, claro, hizo que lo abriera a pesar de haber sido sellado previamente. Yo, cada vez más desafiante, abrí la maleta y le mostré uno a uno los enceres y piezas de mi equipaje para demostrarle que simplemente llevaba lo necesario para un viaje corto. La escena era seguida con atención y diría que hasta con morbosidad por mis vecinos de fila, quienes, al igual que mi padre y mi mujer, sabían en qué terminaría toda aquello.

– Pase a chequearse y vuelva conmigo, ¿entiende? –me ordenó el policía en un tono provocador cuyo alcance no supe evaluar.

El checking fue ágil y sin inconvenientes, así que unos minutos más tarde me presenté donde el famoso interrogador, quien primero me hizo esperar unos quince minutos en una actitud despectiva y luego me comunicó su exagerada decisión:

– Lo voy a llevar a la máquina de rayos x

Y enseguida se lanzó con una seudocientífica descripción de lo que eran e implicaban los rayos x, descripción que corté abruptamente al comunicarle que yo era ingeniero nuclear y que por lo tanto no necesitaba de su tosca explicación y que lo que requería era dirigirme lo más pronto a la sala de rayos x, pues corría el riesgo de perder el vuelo. Le planteé finalmente una serie de preguntas que no pudo responderme y que lo arrinconaron hasta la mansedumbre:

– ¿Cuánta cocaína cree que puedo llevar en la barriga, mil, dos mil dólares? Pues esa cantidad apenas cubriría el sueldo mío de un mes ¿Cree que yo arriesgaría mi posición por esa cantidad? Piense un poquito, está exagerando y a lo mejor está desgastando su energía en un caso que no tiene nada de riesgoso y en cambio se le podría estar escapando del control gente que tiene mejor perfil, ¿no cree?

Tal vez para evitar el escándalo, tal vez vencido, el policía me llevó a un lado y me confesó en su jerga:

– Con usted completo mi cuota de rayos x para este vuelo que nos han identificado como un vuelo cargado. Si no marco al menos diez pasajeros, después me pueden chantar la culpa a mí, entiéndame
– Pero cómo quiere que lo entienda, hombre –le reproché­–, no ve que ha afectado mi dignidad y mi honor. ¿No sabe lo que eso significa, no sólo para mí, sino para la gente de bien que es la que se supone que ustedes cuidan? La injusticia, ni más ni menos que una injusticia. Además, si lo que importa es el cupo y no el criterio con que se asigna, háganlo al azar y eviten a la gente la farsa de la entrevista

El policía sólo sonrió sin mirarme y con un ademán seco le ordenó a un agente que llegaba en ese momento, que me condujera a la sala de rayos x. El agente intentó tomarme del brazo, pero yo ya estaba completamente irascible y no me dejé tocar. Pasamos por migración y le advertí al hombre del DAS que esperaba volver para despedirme de mi familia y que se fijara muy bien en mí, pues no tenía pensado volver a hacer la fila.

En la sala estaban ya los otros pasajeros “marcados”, pero el examen por fortuna duró poco tiempo, de modo que antes de haber transcurrido quince minutos ya estaba yo de nuevo en los corredores del aeropuerto, fuera de las salas de abordaje, despidiéndome de mi padre y de mi mujer, quienes supieron calmarme. Tuve tiempo suficiente para tomarme un buen café y lo habría tenido incluso para tragarme las sesenta bolsas de cocaína que suelen cargar la mulas, si esa hubiera sido mi tarea. ¿Para qué entonces tanta alharaca y control? Siempre hay manera de burlar las medidas, siempre hay manera de coronar y más cuando quienes están encargados del control son gente a la que no han preparado adecuadamente.

Volví a las salas de abordaje y luego volé a España, donde afortunadamente no sólo no hubo más complicaciones, sino donde disfruté uno de mis viajes más y mejor recordados

Poco tiempo después conocí de labios de un colega un matiz aún más escandaloso de la famosa marcación de pasajeros en el aeropuerto. A este colega le sucedió lo mismo que a mí, sufrió la misma indignación, pero ese día se había averiado la máquina de rayos x de la terminal y por esa razón llevaron en una taxi bann a los diez pasajeros marcados de su vuelo (incluido él) hasta un centro médico en Fontibón (la población más cercana al aeropuerto) para practicarles el examen. Y no sólo eso, ellos tuvieron que pagar de su propio bolsillo tanto el costo del examen, como el del transporte. La alternativa: perder el vuelo. Aquella vez, un pasajero, más exactamente una joven mujer que parecía “normal” (uso la expresión del colega), resultó “positiva” y no abordó el avión. Habían dado con una de las cargas anunciadas para el vuelo.




Bogotá, 2004
Bogotá, 2004 - 005

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