Crónicas Mundanas

Crónicas de viajes, viajes no sólo geográficos, sino emocionales, sentimentales intelectuales y mentales.

20/05/2006

La extraterrestre que me sedujo

Azules eran los ojos de mi benefactor, azul, profundamente azul, el cielo de Sevilla en aquella primavera, de azul se había teñido el Guadalquivir, azules eran los ojos de América y azul es el color de Venus, el planeta ligado a la feminidad y de donde ella aseguraba que provenía.

Todo, como en una confabulación, se había juntado para conducir a nuestro encuentro: las dificultades superadas, casi en forma mágica, para mi viaje a España, el encuentro forzado de Paquita, mi anfitriona en Sevilla, la estancia prolongada de América en la capital andaluza.

En efecto, el viaje que por motivos académicos hice a España en la primavera de 1997 estuvo precedido de dificultades poco menos que absurdas que de pronto se resolvieron de una manera igualmente extravagante. Recibí la noticia de que la universidad me había negado el apoyo económico diez días antes de la fecha que tenía prevista para viajar a Madrid a cumplir con la obligación de sustentar los trabajos de seminario de mi doctorado. Y a pesar de mi ira infinita y de mi impotencia, a los pocos días me había resignado no sólo a perder el viaje mismo, sino a lo que eso implicaba: malograr el curso y así la oportunidad de mi formación a alto nivel.

Esa resignación, que seguramente se manifestaba en mi rostro con una máscara de tristeza, fue percibida en el aula de clase por uno de mis alumnos, el aventajado Roberto Gil. Le conté a Roberto lo que me pasaba y él, como si no hubiera nada de drama en todo aquello, simplemente me dijo:

– No te preocupes, yo te regalo el pasaje, no puedes perder ese viaje

La verdad no supe al comienzo si era una broma de mi alumno. Una persona que apenas conocía, que no tenía ningún compromiso conmigo, que, al contrario, podría estar resentida como producto de la natural tensión que se desarrolla entre profesor y alumno, me lanzaba aquel salvavidas sin más ni más, sin demandas o contraprestaciones. Extraordinario, sencillamente extraordinario.

– Mira –me explicó Roberto–, por mi oficio yo viajo mucho y tengo pasajes que puedo utilizar cuando quiera en la forma que quiera, para quien quiera, sin que eso signifique costos adicionales o dificultades para mí. Sólo quiero ayudarte, nada más.

Y efectivamente, dos días después tenía en mis manos un tiquete Bogotá-Madrid-Bogotá a mi nombre sin haber girado un solo peso. En ese momento sólo pensaba en la oportunidad que me daba la vida, en ese regalo que por ser inesperado y no contener empeños resultaba valioso, muy valioso para mí. Así que, cómo dudar, cómo pensar en algo distinto que ir a España, cumplir mis responsabilidades, hacer turismo y disfrutar de mi primer viaje a Europa.

Un último obstáculo se atravesó, tal vez como una señal que no quise advertir. Debía estar en el aeropuerto a las cinco de la tarde y por eso había decidido ir en la mañana a la Universidad. Hacia las tres de la tarde fui por mi automóvil al parqueadero, con el tiempo justo para llegar a mi casa, recoger el equipaje y dirigirme a El Dorado. En ese momento, me di cuenta que había dejado las llaves olvidadas dentro del carro. Intenté de todo: probar otras llaves, romper un vidrio, introducir una ganzúa, pero nada, a las tres y media y ya desesperado llamé a mi mujer con la esperanza de que ella cargara un duplicado, pero tampoco. Lo peor es que el bendito pasaje estaba en la guantera y ya no sabía qué hacer. Estaba en estas, cuando un colega llegó al parqueadero y después de enterarse de mi percance sacó, como por arte de magia, un gancho de ropa de su propio automóvil, y en menos de un minuto abrió la puerta de mi carro. Así logré llegar a tiempo y ya no pensé más en dificultades u obstáculos, sino en la aventura académica y turística de mi viaje.

Al final de mi primera semana y después de haber cumplido mis asuntos en la Universidad, decidí llamar a mi amiga Francisca Noguerol, profesora de literatura latinoamericana en la Universidad de Sevilla, a quien había conocido en algún congreso, pero a quien no había logrado contactar desde Bogotá. Pronto supe por qué: estaba preparándose para presentar oposiciones al cargo de profesora titular en Salamanca. Es más, cuando llamé desde Madrid, la encontré por puro azar, pues estaba en su departamento de paso, recogiendo unos enseres para trasladarse a casa de sus padres, donde se iba a enclaustrar durante las dos semanas que todavía tenía para preparar sus exámenes. No obstante y ante la imposibilidad de atenderme personalmente, Paquita me hizo una propuesta irresistible: que fuera a quedarme en su departamento en Sevilla y que disfrutara de la ciudad que estaba bellísima, según sus tentadoras palabras. No me aseguraba su compañía, pero sí la de algunos de sus alumnos, incluida una chica colombiana, que seguramente me podrían servir de guías en mi visita. Yo acepté sin pensarlo dos veces.

El apartamento de Paquita, apartamento de soltera, era perfecto: pequeño, pero bien dotado, situado en el centro de la ciudad y en todo sentido espléndido. Me había dejado las llaves con el portero del edificio y yo me instalé enseguida. Aprovechando el magnífico clima salí inmediatamente a reconocer los alrededores, que no podían estar mejor. Apenas a unas horas de mi arribo a Sevilla, después de haber disfrutado de la magnífica experiencia de haber viajado en el AVE, la dicha me embargaba por completo.

Según lo convenido, nos vimos al otro día en la universidad, donde me presentó a dos de sus alumnas; una chica colombiana, cuyo nombre he olvidado y a otra mexicana de nombre América quien me miró con sus ojos azules y su bella sonrisa como si ya nos hubiéramos conocido. Esa tarde anduvimos los tres por varios de los sitios conocidos de Sevilla, como la Plaza España, la misma Universidad y algunas otras zonas históricas. Como la compatriota tenía que asistir a clases, América se ofreció a acompañarme a conocer al otro día lo mejor y más reconocido de Sevilla y para ello nos citamos en algún lugar del centro.

Al parecer, América era una mujer de mucho recorrido, pues conocía varias ciudades europeas, incluida Paris, de la que hablaba como si fuera su segunda tierra natal. Llevaba como tres meses en Sevilla y esperaba viajar todo ese año por España, financiada por un padre generoso que desde Veracruz, al otro lado del océano, no hacía sino complacer a su hija consentida. Después de planear el recorrido del otro día, que tenía que ser intenso, pues al siguiente debía regresar en la tarde a Madrid, nos despedimos, no sin volver a recibir el efecto de su mirada azul, entre seductora y cómplice.

El día siguiente comenzamos muy temprano el recorrido, primero por el barrio San Antonio, que tanto se parece a nuestra Candelaria o a nuestro Corralito de piedra; fuimos después a la Giralda y a la torre del reloj y nos dejamos leer la suerte de una gitana que a la salida de alguna iglesia nos predijo larga amistad. Nos trasladamos en seguida al centro para irnos de tapas y dejamos para la tarde la visita a los Alcázares, a la iglesia de la Macarena, a los restos de la muralla y el paseo por el Guadalquivir. Hacia las seis de la tarde, cuando ya varias personas nos habían confundido como pareja, desembarcamos en el muelle e hicimos un largo y romántico recorrido a lo largo del río, buscando un restaurante para cenar. Ya estaba planeado el recorrido del otro día: visita al recinto de la Feria Mundial y a las ruinas romanas, con lo que completaría así el objetivo de conocer lo mejor de Sevilla. Sólo faltaba una cosa: acudir a la cita con Paquita, quien nos había invitado hacia las nueve de la noche a tomar una copa de vino en alguno de los bares cercanos a la universidad.

A esta altura, América había pasado de ser una simple alumna de Paquita a la más perfecta y bella guía turística del mundo, primero y, después, a una virtual pareja mía, para terminar convertida en la mujer que quería amar para toda la vida. Durante la velada con Paquita, América no hacía más que confirmar con su mirada y con su sonrisa aquella secuencia y fue así como terminamos los dos durmiendo en el apartamento de mi amiga, donde hicimos el amor como si lleváramos años de habernos conocido. Nada más hermoso que despertar y encontrarme con sus bellos ojos azules totalmente abiertos, mirándome, como primera imagen del día. Me había enamorado, perdidamente.

América, desnuda, preparó café, mientras yo desde la cama espiaba sus movimientos, fascinado. Llevó las dos tasas a la cama y mientras tomábamos la mágica infusión me confesó:

– Jaime, ¿sabes por que las cosas han salido tan perfectas?
– ¿A qué te refieres América?
– Si, la superación de las dificultades de tu viaje, el encuentro suertudo de Paquita, nuestro maravilloso tour, la rapidez con la que nos conectamos, la bella noche que acabamos de pasar, el futuro que podríamos construir…
– Espera un momento, ¿cómo sabes lo de mi viaje?
– Tú me lo contaste tontito –me tranquilizó América, sólo para soltarme enseguida–: aunque no lo habría necesitado.
– ¿Qué? –le pregunté un poco extrañado
– Si –me contestó ella–. Yo sabía todo esto, sabía como iba a culminar, incluso puedo vislumbrar qué puede ser de los dos si seguimos juntos
– Estás bromeando, ¿cierto?
– No. Es el poder de los que venimos de Venus a ayudar a la gente aquí en la tierra.

Por supuesto, me quedé pasmado, pero para no parecer un tonto le pregunté si lo que quería decirme era que ella era extraterrestre

– Si, Jaime, lo soy, y aunque todavía no se me ha revelado mi verdadera misión en la tierra sé que tú tienes que ver algo con ella

No recuerdo bien cómo reaccioné o cómo se desarrolló después la conversación, pero ella me propuso que la llamara dos horas después, tiempo durante el cual debía decidir si yo quería seguir viéndola después de su revelación. Tiempo que ella aprovecharía para darse un baño, cambiarse de ropa y preparar el resto de recorrido por Sevilla que habíamos planeado. Fueron dos horas terribles, no sabía qué pensar, ¿me decía la verdad? ¿Era una broma? ¿Estaba loca esa mujer? Lo cierto es que también tomé un baño y decidí, más como un reto que por otra cosa, llamar a América para completar el recorrido.

Fuimos a los sitios previstos, nos comportamos como novios y no hablamos de Venus, ni de nada de lo dicho en la mañana, pero mi ansiedad crecía, así que finalmente le dije

– Te creo América, creo lo que me haz dicho y quiero hacer parte de tu plan o de tu misión
– ¿Incluso estarías dispuesto a ir conmigo a Venus?

Dudé un momento, pero al fin confirmé que sí, que iría con ella a donde fuera

– ¿Y tu mujer y tus hijos?
– Tendrán que entender –respondí completamente enajenado
– Bueno, lo siguiente es vernos en Madrid

Lo que vino después fue la locura total: nuestra despedida en la estación del AVE, los días en Madrid esperando que llegara América, su visita, el amor, mil veces el amor, la nueva y desgarradora despedida por mi regreso a Bogotá, las promesas, los planes para vivir juntos, las insoportables doce horas del regreso, las cartas, los emails, las llamadas a escondidas, el desespero, el infierno de la post infidelidad y finalmente la conciencia de que todo había sido una insensatez, el doloroso reparo familiar, la resignación que no el olvido, la decisión de no volverme a comunicar y finalmente la vuelta de las aguas a su curso.

Hoy todavía no sé qué sucedió exactamente en aquellos días en Sevilla, no se sí América estaba loca o si era realmente una extraterrestre, no volví a saber de ella. Al recordar, el asunto parece más un sueño que una experiencia real. De lo que sí estoy seguro es que habría sido imposible evitar nuestro encuentro y que sólo yo estaba predestinado para ser el beneficiario de aquel extraño pero maravilloso suceso, que no sé cuántos puedan preciarse de contar.



Jaime Alejandro Rodríguez
Madrid, Sevilla, 1997
Bogotá, 2004 - 2005

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1 Comentarios:

  • A la/s 1:17 p. m., Blogger Osibebe dijo...

    Muy interesante...como no me pasa mi que soy un lobo solitario, no tengo mujer ni hijos. America aqui toy IOOOOOOOO escribime a osibebe@gmail.com

     

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