Crónicas Mundanas

Crónicas de viajes, viajes no sólo geográficos, sino emocionales, sentimentales intelectuales y mentales.

16/03/2006

¿Qué hace un franchute viviendo en Guapi?


Hacia las 6 y 30 de la mañana, después de pasar una noche no del todo grata en una de las estrechísimas habitaciones del Hotel del Aeropuerto de Cali, salí hacia el counter de Satena con la intención de registrarme en el vuelo que tenía asignado para viajar a Guapi, a cumplir una misión más bien rutinaria, aunque en cierto grado memorable. A pesar de llegar con más de una hora de anticipación, la cola era muy larga, lo que llegó a preocuparme, pues bien es sabido que en los vuelos regionales no es que respeten mucho el cupo. Había más de las 30 personas que soporta el Focker y mucho equipaje del tipo cajas y equipamiento técnico, así que mientras lentamente avanzaba la fila, yo construía el plan b: permanecer ese día en Cali.

Justo adelante mío había una pareja constituida por una habitante de la región y un hombre joven que hablaba con acento francés. Pensé que podría ser algún extranjero de paso hacia la isla Gorgona, así que no le puse más atención y seguí maquinando el programa de actividades alternas que podría llevar a cabo en Cali ante la posibilidad de quedarme sin volar a Guapi.

Por fortuna, no hubo inconvenientes, así que abordé el avión y media hora después me estaba registrando en el puesto de policía instalado en el aeropuerto de la población caucana que visitaba. La persona que me esperaba, me saludó a lo lejos, pero al mismo tiempo que yo levantaba las manos para responder, el franchute alzaba su voz para gritar a modo de saludo el nombre de mi amigo, así que quedé un poco confundido. Supe casi enseguida por boca de mi anfitrión que el franchute vivía con él en su casa y por boca del propio franchute que llevaba año y medio viviendo en Guapi y era profesor de la Universidad del Pacífico.

Pasé aquél día y aquella noche desarrollando las labores que me habían llevado el remoto poblado negro y temprano en la mañana, después de una noche tranquila, me dirigí al aeropuerto para tomar el vuelo de regreso a Cali.


Carlos, mi amigo Guapireño, me llevó en su moto desde el hotel y en el aeropuerto no demoré más de la hora de rigor antes de tomar el vuelo programado. Entretanto me dejé lustrar los zapatos por un muchacho de ojos tristes que me recordó a mi hijo, y disfruté la compañía del franchute, quien estaba también en el aeropuerto, sólo que no como pasajero, ni como acompañante, sino simplemente estaba allí, sin ninguna razón aparente. He llegado a pensar que estaba para contarme lo que después conversamos, pero eso sería forzar mucho las cosas, pues nuestra charla no estaba planeada, ni mucho menos seguía algún guión, aunque mi labor de cronista me ha hecho pensar luego que su relato ha sido muchas veces contado y por eso resultó tan eficiente.


Francoise es en realidad un canadiense aventurero, descendiente directo de los hippies que hace diez años aterrizó por estas tierras y se quedó. Su primer lugar de residencia en Colombia fue Popayán, donde se vinculó a la Universidad del Cauca como profesor de inglés. Y desde entonces no ha encontrado más que situaciones extrañas y muy colombianas, es decir muy particulares, a las que ha tenido que adaptarse y de las que ha aprendido suficientes lecciones, como ésa primera de que a un profesor de inglés, sobre todo si es extranjero, no se le brinda ningún programa o plan curricular, sino que se le pide que hable con sus alumnos y que los haga hablar.

A pesar de su talante despreocupado, Francoise asistió a su primera clase cinco minutos antes de la hora indicada: siete de la mañana, con lista en mano. Se sintió inquieto a los cinco minutos, pues no llegaba ninguno de sus alumnos y entró en pánico a los quince, ante la soledad total, así que decidió ir a la secretaría académica y allí comprobó los datos del salón. Volvió y se encontró con una alumna ya en el salón, quien le explicó que no debía impacientarse, pues la costumbre era que los estudiantes llegaran entre quince y treinta minutos después de la hora. La alumna le advirtió también que el profesor sí debía estar cumplido, pues a él se le aplicaría, como a todos en la universidad, la regla del cuarto de hora, es decir, que si no llegaba durante los quince minutos iniciales de la clase, ésta ya no se realizaría. De modo que, sin saberlo, había hecho lo correcto

Francoise decía todo esto sin parar, haciendo gestos histriónicos un poco exagerados e intercalando de vez en cuando la frase, eso es Colombia, mientras yo apenas lo escuchaba, comprobando que tenía ante mí a otro loco deslumbrado por Macondo. Un Macondo que para mí no tenía nada de gracioso o de paradisíaco, después de haber visto a esos adolescentes guapireños vagando por el pueblo sin mucho que hacer y soñando con salir a otro lado, a otra ciudad, pues su pueblo no ha sido capaz de crear un ambiente para retenerlos.

Para el segundo semestre, ya Francoise era toda una celebridad en la universidad y seguramente en toda Popayán. Eso quizá fue la razón que explica la segunda anécdota. Iniciado ya el periodo lectivo, fue invitado, ni más ni menos que por el vicerrector académico, a una misión en territorio indígena. Por más que indagó, preguntando al propio directivo, a su secretaria y a otros, no logró saber la razón exacta de su vinculación a la misión, así que de nuevo sin mucha trascendencia, decidió acompañar a la comitiva, a modo de aventura. El grupo de académicos se reunió con los representantes de la comunidad indígena al día siguiente de su llegada al resguardo y muy temprano comenzaron las exposiciones, que consistían en persuadir a los locales de las bondades del proyecto que desarrollaba la universidad, y muy especialmente de la sensatez del plan de distribución de ciertas actividades agrícolas por parcelas que ya habían sido determinadas por el grupo de investigación, lo cual entraba en contradicción evidente con las tradiciones y las decisiones autónomas del gobierno indígena, lo que, por supuesto, produjo no sólo discusión, sino gran malestar. Fue entonces, cuando el vicerrector sacó su as de la manga. Aseguró que el proyecto tenía veeduría internacional y señaló a Francoise, quien, no negó nada, no porque estuviera de acuerdo, sino porque no contaba con referencias para decidir algún tipo de comportamiento y ante la perspectiva de caldear aún más los ánimos de la reunión, simplemente no habló, convirtiéndose así en víctima de intereses cuyo origen y motivación prefirió no investigar.

Fueron para Francoise tal vez unos siete años en Popayán, en la universidad, donde hizo una interesante carrera de investigador, hasta el día aquél en que decidió pedir aclaración sobre su situación laboral y académica y descubrió que su salario y su cargo no correspondían al de profesor. Un año antes, había sufrido una gran decepción, después de que, con un equipo de profesores, había solicitado financiación para llevar a cabo una indagación de tipo socio antropológico, la cual le fue negada por no se sabe qué asunto burocrático, y que sin embargo descubrió después que le fue asignada finalmente por otra agencia a uno de los jurados externos a la universidad que leyó su trabajo y lo plagió descaradamente. La respuesta que esa profesora le dio a Francoise ante su reclamo fue, haga lo mismo y no se queje, simplemente es una forma de acceder a los escasos recursos.

Esto dejó muy golpeado a Francoise, pero la tapa fue lo que sucedió con otro proyecto en el que él, sin aparecer como investigador principal, prácticamente dirigía y desarrollaba con las uñas, a pesar de que se financiaba y se pagaba salario adicional a más de tres profesores que nunca escribieron una línea. Eso sí para impartir órdenes y encomiendas estaban listos los otros académicos. Una de ellas fue la misión que se le encargó a Francoise de escribir una cartilla de setenta páginas a manera de informe final del proyecto y como condición de la Uneso, la agencia financiadora, en menos de tres semanas y con la sola asistencia de una secretaria de tiempo parcial. Tiempo que se convirtió en dos semanas y luego en diez días y sin secretaria. Francoise terminó a medias aquél encargo y fue cuando decidió indagar por su pago y su rol en el proyecto. De su averiguación resultó que durante años había impartido clases, participado en proyectos de extensión y de investigación a pesar de que su cargo era el de fotógrafo, labor que había también realizado y muy bien, pues llegó a sentirse como corresponsal de la Nacional Geografic.


Obviamente, Francoise renunció y fue así como fue a parar a Guapi, poblado negro caucano, uno de los cuatro polos de la comunidad afro colombiana, junto con Tumaco, Buenaventura y Quibdo. Francoise vive con otros dos compañeros y no sólo no ha dejado el acento de su provincia franco parlante, sino que no ha aprendido a cocinar fríjoles, pero ama la vida que lleva ahora como profesor de inglés y de sistemas en la sede de la Universidad del Pacífico

Un minuto antes de abordar el avión y dejándome llevar por un impulso que mezclaba la inquietud y el chovinismo, le pregunté a Francoise por qué razón vive en Colombia a pesar de que tiene las oportunidades que ninguno de los chicos guapireños tiene de hacer una vida más civilizada en su país. Su respuesta sigue siendo un enigma para mí: Por que aquí si hay vida, me dijo, y sonrió como anticipando mi desconcierto.


Cali - Guapi, Febrero de 2006
Bogotá, 2006

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