Crónicas Mundanas

Crónicas de viajes, viajes no sólo geográficos, sino emocionales, sentimentales intelectuales y mentales.

13/02/2006

Angelita Desagradecida

Linda Angelita, provocaste ese furor inexplicable que me llevó al umbral de la locura. Quién lo iba a creer: yo, el chico de los cincos en matemáticas, el sensato y aplicado, apenas un niño grande, con una cara que escondía mi verdadera edad, metido en semejante lío. Pero no podrás negar que fui yo el único, linda limeña, flor de la canela, el único que se presentó a tu puerta justo cuando tu más lo necesitabas, en el momento más oscuro de tu vida, y nada menos que para hacerse cargo de lo que encerraban esas caderas in crescendo que te convertían día a día —secreto sólo para mis ojos— en una mujer verdadera. Claro que estaba dispuesto a todo: había planeado hasta el más mínimo detalle no sólo de nuestra fuga, que era lo más fácil en medio de mis alucinaciones, sino, sobre todo, de nuestra vida de ahí en adelante; quizás pobre, pero llena de amor y felicidad, eso no lo puedes negar, como tampoco que decidiste hacerme caso después de que te encontré en el parque llorando, desesperada, porque ya no podías ocultar más al bebito que esperabas y yo supe darte el consuelo que necesitabas y que nadie podía brindarte, ni siquiera el estúpido de tu novio, porque el muy tonto había huido al saber la noticia, y entonces armaste tu valija con algunos trapos, echaste el viejo chal de tu abuela enferma sobre tus hombros y sacaste todos los ahorros de tu madre, pobre Enriqueta. Lo del odio vino después, claro, mi linda limeña, pero cuando partimos en aquella madrugada estabas dichosa y soñabas con que todo saldría bien y hasta me diste un beso en la mejilla que imaginé como preámbulo de lo que vendría después. Pero que tonto fui, un auténtico idiota, porque ni siquiera dejaste que te tocara durante aquellos tres meses de heroísmo absurdo, con el pretexto de que era malo para el bebé, cuando yo había leído en las revistas Luz, que mi madre ocultaba en el maletero del armario, que era precisamente todo lo contra­rio, pues nada había mejor para la salud de la madre y de su hijo que las frecuentes caricias de la pareja, así, incómodo y todo como debía ser, pero no, no y no, te negaste siempre, linda limeña de signo capricornio, mi flor de la canela, cómo es posible que tú no me hayas dado gusto, si nadie nos vigilaba, si el mundo era sólo de los dos y tú no, no y no, tú no eres el padre, no tienes derecho, y yo, como si lo fuera, y ella, ni mucho menos y además siento asco de ti, ni más faltaba, qué tal, y yo ruegue y ruegue, hasta que se acabaron los ahorros de tu madre y te cansaste de mis súplicas, flor de la canela, mi linda limeña; y, claro, cruzamos de regreso el puente y la alameda y nació el hermoso Daniel para orgullo de Enriqueta y de todos los antiguos fiscales de tu libertad y para desdicha y deshonra mías, el hazme-reír del barrio, obligado a huir como una caricatura de los donjuanes fracasados, con la carga de un fiasco inconcebible...



Bogotá 1974
Bogotá, octubre de 1989 - 2005

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