Crónicas Mundanas

Crónicas de viajes, viajes no sólo geográficos, sino emocionales, sentimentales intelectuales y mentales.

10/02/2006

Alcira Abandonda

Sola, la pobre, enclenque, muerta de frío y de hambre, después de tres días de auto-sometimiento absurdo, de heroísmo tajante, de miedo, puro y metafísico miedo, la encontraron allí, en el baño de hombres del edificio viejo de ingeniería, ese antro lleno de obscenidades y amoníaco demoníaco, después que todo pasó y pudimos entrar, estu­dian­tes de último semestre, a esta universidad que todavía tiritaba de miedo por lo que acababa de ser la más san­grien­ta, la más cruda, la más hiju'eputa de todas las acciones conjuntas que policía, ejército y organismos de seguridad del estado habían emprendido jamás contra el ya de por sí débil y decadente movimiento estudiantil. Yo me la había encontrado de nuevo una tarde en la cafetería de Artes y de pura rabia y de puro corrompido (porque unos días antes no había querido aceptar un café que yo le había ofrecido) me empeñé en conquistarla, y dicho y hecho, aunque no sin trabajo, dramaturgia, litera­tura de pacotilla y otras artimañas que me convirtieron a sus ojos en el líder estu­diantil más importante de la universidad, compañera, y el más protegido, claro que sí, por eso no tengo problemas nunca, porque soy el ideólogo más duro de la facción más dura de las brigadas de choque: sin una justificación mía no se mueve un solo dedo del ala militar del movimiento, óyelo bien, ni un sólo dedo, así mija que o sales conmigo o te caes con todo el mundo, y mejor que nadie te tilde de reaccionaria en estos días de tensión, mejor que no, y me la llevé ese mismo día a unas residencias donde conocí sus escasas y tristes carnes y su sumisión ideológica y hasta su devoción por el eros libre y maravilloso que facilitaba la utopía, según ella, en sus dimensiones mas nobles, medio putona también, pero sobre todo tierna y pendeja, la presa perfecta para mis desahogos. Así que, para demostrarle mi capacidad de mando, saqué de la manga la fecha y hora de la próxima protesta y el detalle de cada una de las tácticas que los muchachos de la brigada habían derivado de mi postura estratégica, cosa fácil de saber porque la descripción de las acciones ya circulaba hasta en los salones y grupos más cobardes, una simple conmemoración más, sólo que yo le agrandé sus dimensiones, le ensalcé algunos detalles, supuestamente desconocidos, como por ejemplo el uso masivo de armas de fuego y, por supuesto, la invité a participar y le ofrecí una función específica, no muy peligrosa, pero tan importante para el golpe como para que su éxi­to —y éste estaba garantizado— la colocase en una condición de vanguardia que la haría escalar posiciones dentro del movimiento como nunca nadie antes, y para celebrarlo nos fuimos a inventar otra utopía, esta vez en el apartamento de sus padres, bajo un sol implacable que nos permitió saborear nuestros cuerpos con ese gusto salino del mar que tanta falta le hace a nuestra ciudad. Llegado el día, todo preparado. Nuestro punto de maniobra: el edificio viejo de ingeniería, un lugar mas bien aislado de la acción, y con rápido acceso a todas las salidas en caso de urgencia, muy bien protegido además, porque era allí desde donde se iba a dirigir toda la gesta. Lo extraño es que la celebración tuvo desde el comienzo visos más violentos y audaces que los esperados. La acción se desarrolló con la vehemencia y el vigor con que yo la había exagerado a Alci­ra, con uso de armas de fuego y todo eso, tan fuerte y tan provocadora que la reacción de la policía y del ejército se hizo extrema y pudimos ver (yo y otros compañeros, porque Alcira estaba en el baño de hombres del edificio haciendo de vigía y preparan­do un informe del avance de las fuerzas del estado) cuando el grupo estudiantil de retaguardia fue acorralado al frente, en el edificio de ciencias, vimos cuando un muchacho cayó herido de muerte por la espalda, cuando los policías golpearon con sus carabinas a la multi­tud que se agolpaba contra las puertas del edificio, cuando los vigilantes las cerraban y cuando caían más compañeros que luego fueron levantados y llevados por los mismos policías, vimos también cuando un grupo logró romper las ventanas y subió a la decanatura llevando al muchacho que había caído herido por la espalda y cuando anunciaron que se tomarían el edificio; y permaneci­mos, acosados más por el miedo que por otra cosa, hasta que la universidad fue desalojada, ya en la noche, con lacrimóge­nos, hora en que también nosotros pudimos salir de allí y volver a nuestras casas, seguros de que no volveríamos hasta después de un cierre bien prolongado. Pero tres días después de que todo pasó, tras haber hecho las averiguaciones de rigor, de haber indagado en hospitales, en la morgue, en todas par­tes, me desperté con la imagen de Alcira encerrada en el baño del edificio viejo de ingeniería y corrí a donde un amigo que podía ayudarme a entrar a la universidad, ahora militarizada y evacuada totalmente, y entonces la encontra­ron, sola, la pobre, enclenque, muerta de frío y de hambre, después de tres días de auto-sometimiento absurdo, de heroísmo tajante, de miedo, puro y metafísico miedo, la encontraron allí (porque yo al fin no fui capaz de entrar), en el baño de hombres del edificio viejo de ingeniería, ese antro lleno de obscenidades y amoníaco demoníaco...



Bogotá 1980
Bogotá, octubre de 1989 - 2005

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