Crónicas Mundanas

Crónicas de viajes, viajes no sólo geográficos, sino emocionales, sentimentales intelectuales y mentales.

17/03/2006

La capital paraca

No hace muchos años, viajar a Montería, era como viajar a cualquier otra ciudad mediana del país como Pasto o Ibagué. Pero de un tiempo para acá, los aviones dedicados a pasajeros con destino a Montería son del tipo que uno esperaría para viajar a Medellín, Barranquilla o Cali. El aeropuerto también ha crecido, no sólo en tamaño, sino en servicios y lujos. Buen porcentaje de los viajeros es gente que va por negocios Y adentro, en la ciudad misma, la actividad económica es febril: cibercafés por todo lado, restaurantes y bares ostentosos, centros comerciales cada vez más grandes, hoteles cinco estrellas, bancos de fáciles transacciones, universidades de mil pelambres y todo lo que suele florecer cuando hay circulante de sobra. Y esa es la razón oficial con la que se explica la veloz evolución de Montería: mayor actividad económica, abundancia de papel circulante. Y como hay más circulante, el mundo económico empieza a rendir la pleitesía natural: llega la gente de otros lados a buscar oportunidades de lucro, las aerolíneas disponen sus mejores aviones, la alcaldía invierte en un mejor aeropuerto y la gente, el pueblo, se siente halagada con la presencia de personajes públicos importantes que vuelven su mirada a la antes olvidada, o por lo menos intrascendente, Montería, pueblo de monte, montería, antiguo lugar de caza de los indios sinú

Y es verdad, hay más actividad y más circulante, pero ese circulante es dinero del narcotráfico y todavía más claramente, del narcoparamilitarismo. Sólo eso explica que en los últimos diciembres en Montería se puedan conseguir dólares a 300 pesos, que los traquetos abunden como en ninguna otra parte del país y que la locura del dinero fácil se haya tomado la ciudad. Pero todo es hojarasca. Montería sigue siendo en esencia el mismo pueblo grande, sin servicios adecuados, sin una dinámica cultural apreciable y lo que es más peligroso ahora, viviendo una galopante inversión de sus valores tradicionales: todo el mundo está rendido al todopoderoso señor billete.

Ah: y todos aman al presidente Uribe, le juran también veneración, lo atienden con honores cada vez que él va a su finca a fornicar con sus amantes y disponen para sus hijos los mejores rumbeaderos, muchachos que saben que cuentan con una ciudad prostíbulo toda para ellos. Todos aman allí a Uribe y el les regala puentes y obras y carreteras, todos lo aman por eso, o bueno casi todos: hay quienes tienen razones para temerlo y hasta para odiarlo.

Sofía es una mujer joven y trabajadora que fue testigo de algo menos inaudito de lo que puede parecer a simple vista. Sofía fue asistente durante varios años de un médico, cirujano plástico, que llegó hace una década a la ciudad. Pronto el médico alcanzó la fama de milagrero y no le sobraron pacientes que llegaban a su clínica atraídos por los testimonios de gente que terminaba literalmente feliz con sus tratamientos. Pues bien, para el año 2001 y para desgracia suya, un tipo de clientes muy especial empezó a visitar su consultorio y a demandar sus servicios: don Berna, el gordo lindo y hasta el mismísimo Mancuso, entre otros jefes paras, acosados por la obesidad, acudieron a sus servicios. Y Sofía, la buena de Sofía, empezó a ganar fama de magnífica enfermera entre los nuevos usuarios.

Fue por esta razón que, para abril de 2002, ella, según me contó, se vio obligada a acompañar a su finca de recreo al señor Salvatore, para que personalmente se hiciera cargo de su cuidado, durante la convalecencia del último y radical tratamiento de lipoescultura que se practicara el vanidoso.

Salieron de Montería hacia Ralito en la mañana. A poco, cuando ya empezaron a aparecer por la carretera los colores azul y rosado de tono pastel en las fachadas de las casas y sobre las estructuras de los puentes y de los postes de luz (indicador preclaro de haber llegado a territorio para), fue invitada a ponerse un pasamontañas sin agujeros para los ojos. Durante más de cuatro horas soportó a ciegas un viaje entre trochas, quebradas y cercas que se abrían y se cerraban. Contó más de 40 puertas en ese recorrido que la llevó al paraíso paraco: una ciudadela que nada tiene que envidiar a las mansiones de Coral Grave, con habitaciones de lujo, varias piscinas, helipuerto, comunicaciones satelitales y criados, muchos criados.

Sofía estuvo allí, fungiendo de enfermera por una semana. Fue muy bien tratada: con respeto y lujo. El patrón fue un magnífico paciente hasta cuando, al séptimo día, amaneció con una ansiedad incontrolable. Vociferaba, daba órdenes desde su cama y ya no atendió ninguna de las recomendaciones médicas, sino que se paró, salió a su oficina de trabajo y desde allí se comunicaba con mucha gente por radioteléfono, celulares, satélite.

Varios helicópteros llegaron esa mañana al paraíso de Mancuso, y muchas camionetas de platón hicieron fila en la zona de básculas. Bultos eran descargados de las aeronaves, puestos sobe los camiones, pesados y finalmente despachados. Pudieron ser veinte o treinta, Sofía no sabe muy bien cuántos, todos llenos de bultos que estaban llenos de dólares, cuya cuantía se calculaba de esa forma tan grosera: por peso.

Al final de la tarde cuando la extraña actividad dio paso a una aún más extraña quietud, el patrón llamó a Sofía a su habitación, le ofreció disculpas por su comportamiento y le anunció que debería marcharse al otro día y que se dispondría de todo lo necesario para su retorno a Montería. No lo supo por boca del paciente, pero sí por el de su conductor al otro día: toda la bulla del día anterior obedeció al requerimiento del entonces candidato a la presidencia de contar con los dineros para la última fase de su campaña, dinero que debía alcanzar para el pago a las compañías encuestadoras, a los medios de comunicación, a los políticos regionales, en fin, para dotar de abundante aceite a una maquinaria que necesitaba funcionar muy bien en esas últimas semanas de la campaña.

- Plata, mucha plata para Uribe, mi niña –le dijo el hombre a Sofía-, billete que se lo va a cobrar todito el patrón

Sofía quedó muda y según me cuenta no dijo nada hasta el día en que, por alguna razón que no comprendo aún, soltó todo su rollo, como si no pudiera contenerlo más

Hoy, lo sabemos todos, Mancuso y su gente viven el mejor momento de sus vidas, gracias a las bondades de ese espectáculo circense que el gobierno de Uribe ha llamado cínicamente “proceso de paz”. Hoy, el parque natural del paramillo sigue inundado de matas de coca, de las que se siguen beneficiando el vanidoso y sus secuaces. Pero también hoy un nuevo episodio de violencia se cierne sobre la pobre Montería: la que se viene por el manejo del negocio durante los pocos meses que Mancuso esté en la cárcel.


Montería 2003, 2005, 2006
Bogotá, 2006

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